Sinopsis
En esta correspondencia vibran todas las cuerdas de un temperaento inmensamente rico y desigual. Si Cézanne sabía ser frívolo y despreocupado en sus cartas de juventud, aparece sencillo, agradecido y amigable en sus numerosas misivas a Zola, afectuoso y lleno de cierto respeto cuando se dirige a Pissarro, insolente cuando escribe al superintendente de Bellas-Artes, violento en sus cartas a Oller, cordial al hablar de Achille Emperaire o a Numa Coste, respetuoso aunque firme para con sus padres, lleno de confianza en sí mismo cuando escribe a su madre, educado y casi humilde en sus cartas a Victor Chocquet, Roger Marx o Egisto Fabbri, muy indulgente y fraternal cuando se dirige a Charles Camoin (y a veces también a Émile Bernard), temeroso, triste y amargo en una carta a Gasquet, y paternal y afectuoso cuando habla a su hijo único. Pero, con la excepción de algunas juveniles, sus cartas se resienten siempre de preocupacines; todas parecen escritas durante los raros instantes en que descansan sus pinceles; todas lo muestran continuando infatigablemente sus investigaciones pictóricas.