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Algunas veces, estamos juntas en el espacio epistolar, a miles de kilómetros. Otras, estamos lejos como nunca, aun a escasos centímetros. La ensayista Rebecca Solnit sugiere que «hay cosas que solo poseemos si están ausentes, hay cosas que no están ausentes si de ellas nos separa la distancia». Según esta premisa, si escribimos cartas a alguien o a algo lejano, concluimos que no está ausente. Es cierto, la carta es un instrumento de medición; como una cuerda, nos mantiene unidas y al mismo tiempo media entre nosotras, nos mantiene separadas.
La carta de despedida es, inevitablemente, un lugar de pérdida y transformación. Su escritura produce un antes y un ahora, ensancha y amplía el sentido de nuestras palabras. En el reducido espacio de papel, trenzamos vivencias y relatos e invocamos a nuestras destinatarias con el deseo de que nos reciban, de abrirnos y que nos abran. Como un palimpsesto, escribimos adioses sobre formas conocidas, a menudo ya desdibujadas.
¿Cómo articular nuestras lenguas compartidas cuando la despedida nos separa, provocando una distancia? Este volumen acoge cartas de despedida escritas y enviadas, otras mentalmente ensayadas, algunas llegaron y otras no llegaron a sus destinatarias. ¿Existe mayor acto de fe que mandar una carta de despedida? ¿Adónde van las palabras?