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PACO CERDÀ 09 JUL 2024 Salía de leer, deslumbrado,
Renata sin más: un monólogo interior construido en una única frase, una frase de ciento sesenta páginas que gira en torno al dinero y a la libertad y a la tirante relación que los une, que a veces los encadena. Salía de esa novela vagabunda de
Catherine Guérard por las calles de París, que tan bien conecta con el mundo de Walser y de Kafka, incluso con el mundo pessoano que denosta el trabajo-jaula y el empleado-esclavo al que le impiden fantasear, porque ahí se oculta la semilla de la rebelión, cuando penetro un poco más en el delicado y a la vez robusto universo que
Sol Salama va cimentando en la editorial Tránsito. Son medio centenar de títulos en un lustro. Uno de los últimos es
Ya casi no me acuerdo, el debut literario de la periodista y ahora bibliotecaria Clara Morales: trece relatos unidos por el hilo de la memoria. Salgo de este libro convencido de que sus doscientas páginas apenas son el comienzo de un proyecto narrativo singular y comprometido de una escritora con verdad, ambición de estilo y ganas de trabajar sin prisas; una escritora de 35 años bien alejada de la impostura y el camino rápido pero corto de la sobreactuación.
Las miradas de Clara Morales son como el sinuoso camino de las raíces, que parten de lugares distintos para converger todas en un tronco común: la memoria comprometida. Como detalla la autora en una escueta nota final, muchos de sus relatos se alimentan de hechos reales: un mitin de la CNT en el Montjuïc de la Transición, las vidas de los republicanos en los campos de concentración nazis, la emigración invisible de los españoles en Estados Unidos, las torturas que sufrieron tantos militantes antifranquistas en los sótanos de la Puerta del Sol, la masonería reprimida por el franquismo en Huelva, un Carabanchel de cárcel y centros de extranjería, o el
caso de Dolores Vázquez y el lesbianismo como construcción de lo perverso. Ahí está lo más interesante de este ramillete de cuentos: que pivotan desde lo real —con escrupulosa documentación invisible o injertada o con textura de
collage— para luego elevarse libre en las volandas de la ficción. Teselas literarias incardinadas en la Historia que dan la razón a aquel verso de
Raimon:
“Animal d’esperances i memòria, no he volgut ser humà d’altra manera”. Todo en este libro fluye con una escritura oralizante que hipnotiza, casi como la de un filandón en la quietud de la noche. Un uso magistral del fraseo largo. Una prosa sensorial rica en imágenes. Una sensibilidad que lo permea todo. Unos rasgos estilísticos donde brilla el uso magistral de la coma y el polisíndeton, sin miedo a la ausencia de conectores o al gerundio que dilata y evoca. Es preciso subrayarlo porque el estilo es una dimensión fundamental de este libro de relatos donde todo está cuidado y que proyecta un mensaje político donde la memoria colectiva se funde con la memoria íntima en ese juego de membranas que es la Historia, que es la vida.